(Puedes leer este artículo en español aquí.)
A week before leaving for Montevideo, Uruguay to attend the first international Encuentro de Mujeres Murguistas y Murgas de Mujeres, I was giving some serious consideration to staying home. I was afraid of many things – first and foremost, that I would not be welcomed as a tourist from an unpopular, imperialist nation – and what’s worse, a tourist with a stereotypically gringa face. I was worried about the train, bus, and three airplanes I would need to take to get there; I hate to fly, and there is really no easy way to get to Uruguay from the West Coast of the U.S. I’d also heard that there was petty theft to contend with in the city, although on what scale, I wasn’t sure. I had spent some time living in Rio de Janeiro several years ago; could Montevideo be just as bad?
Despite my exhaustion from the three jobs I work to keep up with the insane cost of living in San Diego, I managed to get myself on the train to LA…the bus to LAX…the first turbulent red-eye flight to El Salvador…a seven-hour layover in the El Salvador airport with no easy place to lie down…a flight to Lima…and finally, the long-awaited flight to Carrasco International Airport. My fears were not gone when the plane landed. “Should I even be here?” I wondered.
There was something about walking down the tree-lined streets of Parque Rodó, Palermo, and Barrio Sur that helped me to feel at home; I was finally a part of images I had been seeing on the Internet for years. My first evening in Montevideo I went to a concert held in a basement theater at the corner of Durazno y Convención, a spot made famous by the eponymous Jaime Roos song, where I heard Fredy Pérez’ sublime voice and guitar as he performed rare, classic milongas and tangos. The next day, I was again in the middle of a scene I knew I would have been viewing enviously from the States as I marched down the Avenida 18 de Julio with the women murguistas in the #8M demonstration. The next night, Orquestra Típica Bien de Abajo moved me to tears at their concert in front of the Museo de Artes Visuales…and later on, I heard the murgas Nuezchanga, Pelala que va al Pan, and Cero Bola at the Rincón del Reducto sports club, another place I recognized from following Cero Bola on facebook. It was my first time hearing murga live, and I was not disappointed.
My days and nights filled with murga and candombe, and all the while I remained awestruck from my proximity to music and musicians that I had admired from afar for so long. I walked home late at night from concerts without fear; in fact, I even came across a cuerda of candombe drummers playing in Palermo at one o’clock in the morning! At last, the day arrived for the beginning of the Encuentro, and my old fears returned. Would these women accept me, a foreigner, in their midst?
The first workshop that I attended at the Encuentro was choral arranging. Everyone went around the room and said their names, the name of their murga, and where they were from. I dreaded the moment it was my turn. “I’m Catherine Barnes…I’m from San Diego, California…and I’m not in a murga, but I would like to make a murga in English.” I had barely gotten the words out before the room erupted in applause. The same thing happened at the murga percussion workshop I attended. All of my worst fears had been proven false; the women murguistas had welcomed me as one of them.
As I watched all-female murgas from Uruguay, Argentina, and Chile perform in the Teatro de Verano, the site of the official Carnaval competition which was given to us to use during the Encuentro, I allowed myself to imagine that maybe someday a murga from the U.S. could be invited to perform on that hallowed stage. It’s a long shot – but the enthusiasm and support I received at the Encuentro has helped me to believe it might be possible. I was worried about many things before I left – but I never thought to worry that I would be sad to leave Montevideo. I am grateful that I found the courage to make this trip, and I am even more grateful to the women murguistas for welcoming me and including me in their world of art, music, performance, and resistance.
Español:
Una semana antes de viajar a Montevideo, Uruguay, para asistir al primer Encuentro de Mujeres Murguistas y Murgas de Mujeres, yo estaba pensando seriamente en quedarme en casa. Tenía miedo de muchas cosas: primero, que no sería bienvenida como una turista de un país imperialista e impopular – y peor, una turista con cara de gringa. Tenía miedo del tren, autobús, y tres aviones yo tendría que tomar para llegar hasta allá; a mí no me gusta volar y, realmente, no hay una manera fácil de viajar a Uruguay desde la costa oeste de los Estados Unidos. También he escuchado que hay robos en la ciudad, pero yo no sabía si era común. Yo había pasado un tiempo viviendo en Río de Janeiro, Brasil, algunos años atrás; ¿sería posible que la situación en Montevideo fuese igual?
A pesar del cansancio que tengo por mis tres trabajos (necesarios para sobrevivir en San Diego, California, donde el costo de la vida es altísimo), tomé el tren hasta Los Ángeles…el autobús hasta el aeropuerto LAX…el primer vuelo turbulento hasta El Salvador…una escala de siete horas en el aeropuerto salvadoreño sin un lugar fácil para acostarme…un vuelo hasta Lima y, al final, el vuelo tan esperado hasta el Aeropuerto Internacional de Carrasco. Mis miedos seguían después que aterrizó el avión. “¿Realmente debo estar aquí?” pensé.
Las caminatas por las calles arboladas de Parque Rodó, Palermo, y Barrio Sur que me ayudaron a sentirme en casa; por fin, yo era parte de las imágenes que había visto en Internet hace años. Mi primera noche en Montevideo fui a un concierto en un teatro en un subsuelo ubicado en Durazno y Convención, una esquina hecha famoso por la canción epónima de Jaime Roos, donde escuché a Fredy Pérez tocando tangos y milongas poco comunes con su voz y guitarra sublimes. Al día siguiente, yo estaba en medio de una escena que habría envidiado desde los EE.UU.: por la Avenida 18 de Julio con las mujeres murguistas en la manifestación #8M. La próxima noche, la Orquesta Típica Bien de Abajo me hizo llorar frente al Museo de Artes Visuales y, más tarde, escuché las murgas Nuez Changa, Pelala que va al Pan y Cero Bola en el club deportivo Rincón del Reducto, otro lugar que reconocí del Facebook de Cero Bola. Era mi primera vez escuchando murga en vivo, y no me decepcionó.
Mis días y noches se llenaron de murga y candombe, y todo el tiempo me quedé impresionada por la música y lxs musicxs que tenía admirada desde tan lejos por tanto tiempo. Yo caminaba por las calles durante la noche sin miedo; una vez, encontré una cuerda de candomberos en Palermo ¡a la una de la mañana! Por fin, el día del Encuentro llegó, y mis miedos volvieron. ¿Sería posible que estas mujeres me aceptarían a mí, una extranjera, entre ellas?
El primer taller al que asistí en el Encuentro era de arreglos corales. Cada una dio su nombre, el nombre de su murga, y de de dónde eran. Temí el momento que llegó mi turno. “Soy Catherine…vengo de San Diego, California…y no soy integrante de una murga, pero me gustaría hacer una murga en inglés.” La palabras acabaron de salir de mi boca cuando explotó un aplauso de todo el mundo. Lo mismo pasó en el taller de percusión. A fin de cuentas, no tenía que preocuparme de nada: las mujeres murguistas me aceptaron como una de ellas.
Mientras yo asistía a las presentaciones de murgas de Uruguay, Argentina y Chile en el Teatro de Verano, me permití imaginar que quizás un día una murga de los Estados Unidos podría ser invitada a realizar un espectáculo en este escenario sagrado. No sería fácil, pero el entusiasmo y apoyo que recibí en el Encuentro me ayudó a creer que quizás, algún día, puede ser posible. Muchas cosas me preocupaban antes de viajar a Uruguay, pero nunca pensé que me sentiría triste cuando llegó la hora de partir. Estoy agradecida de haber encontrado el coraje hacer este viaje, y estoy aún más agradecida a las mujeres murguistas por darme la bienvenida e incluirme en su mundo de arte, música, interpretación y resistencia.
Traducción revisado por Enrique Lopetegui
Cuantas emociones en un sólo viaje!! Me alegro de que la experiencia haya valido la pena y que tus peores temores no se cumplieron. Quiero creer que te di un empujoncito a venir cuando tres o cuatro días antes realmente te planteaste la posibilidad de cancelar todo (te vino el “cuiqui”, así le decimos al miedito repentino). Qué suerte que viniste y te conocí personalmente. Brindo por muchos otros encuentros!! ❤